lunes, 7 de septiembre de 2015

ANDA

Una vieja historia entonada por el Diego más famoso, después de Lagomarsino, narraba que "a pesar de todo algunas cosas quedan". Y en nuestro Villegas quedaron más todas que algunas. Unos disfrazados, otros reciclados. Los ves seguido. La resaca deambula de civil, a cara descubierta y, cagate de risa, hasta encabeza listas.

Reflexionaste: Qué fantásticos los fuegos artificiales, el mejunje de brea y cola, las luces, el biribiri… pero qué trola conformidad, nocierto?

Nos urge como vecinos responsables que somos adoptar una actitud ejemplar ante ellos, nuestros vitalicios dirigentes. Los mismos que por largas temporadas nos vendieron osobuco por buey de Kobe. Y que para pior, compramos.

¿Que 20 años no es nada? Que me perdone el tal Gardel, yo no quiero Volver. No más discursos podridos de una renovación venida a menos, he dicho.

Barajemos. Demos de nuevo. No sin antes arrancar por casa.

Andando.

domingo, 28 de junio de 2015

Y voló, voló

Sin ánimo de ofender a los torcedores del parrandero cordobés por los 15 años desde que ascendió a los cielos, tomo prestado uno de sus más exitosos singles. No para bailarlo, claro es. Más bien para desparramar observaciones al voleo sobre la pajarera que doy en llamar "Elecciones primarias 2015".

Ahí va.

Llámese "General Villegas" a nuestra jaula de jardín. Y para los premiados precandidatos: una categórica división entre "halcones" y "palomas". Que no refiere al cabaret en el vestuario del Boca de Óscar Washington Tabárez. Que tampoco guarda relación con la identificación de un modelo para analizar situaciones de conflicto. 

Sin distinción partidaria, los halcones adoptan comportamientos similares. Bajo el paraguas de la militancia, este conjunto de aves vuela en bandada hacia una misma dirección: el sillón municipal. Las patas y sus mentiras adolecen de patas cortas, mientras las garras largas se explican por los años de recreación y ocio que cultivaron en épocas de pichones. El pico es su arma de cacería en frecuencia modulada. Filoso y ganchudo, cumple la tarea en dos pasos prácticamente simultáneos. Seduce primero en el vuelo a sus presas con una tentadora plataforma electoral y luego, al impactar la nube de humo de sus propuestas, los destroza en pedazos. 

Unas siniestras, otras de dudosa fe, y un resto tibian por licencia indefinida. A estas aves de rapiña les vale, hasta el 10 de diciembre, el título de potenciales depredadores de grueso calibre. 

Las palomas, en cambio, tienen un gran sentido de la intuición. Su mayor fortaleza pasa por tejer estratégicas relaciones de poder para mantenerse y operar de mensajeras en su nido de Pringles 351. Hábilmente domesticadas, esta familia de aves nunca se desentiende de las órdenes que imparte el adiestrador. A diferencia de los halcones, se alimentan obedientemente de semillas, frutos y verduras que le provee el círculo íntimo, la forrajera. Por lo demás, el parentesco de las palomas con la definición de "idiotas útiles" de Lenin es pura y genial coincidencia.

Palomas y halcones regresan cada 4 años con plumaje distinto. Palomas y halcones aprovechan sus oportunidades y desaparecen. 

Bla, bla, bla y más bla. Comen y vuelan. Siempre lo dijo mi abuela.

miércoles, 9 de mayo de 2012

SÉ OTRA COSA


De pasada la admiraba. Quería estar ahí, formar parte de ella. Pero murió en eso: el simple deseo de un niño que vivía en el campo, pegado al puesto de la policía caminera. La veía inmaculada. Ajena a la incalculable cantidad de casos de piratas del asfalto que acechaban por los 90´s a ese temible cruce de la 188, 33 y 226. Pero quién se iba a atrever a inyectarle la dosis de realidad al “crío”. Nadie. Ya se le va a pasar, habrán dicho.
Jardín, primaria, secundaria y de golpe… la universidad. No se discutió. Me sentaron un domingo de madrugada en la primera fila de un Pullman General Belgrano y marche a Buenos Aires. Era la primera vez que visitaba la metrópoli. Era tiempo de tomar decisiones, de ser responsable. Y allí la primera con una brusca frenada del colectivo. ¿Esto es Retiro? Había escuchado de una estación inmensa, con un mundo de gente circulando en su interior. Tan sólo un par bajó. Asumí que era Liniers y seguí. Seguimos.
Pise suelo porteño y todo cambió. Por tres años creí en mi vocación de abogado, de pelear por las injusticias y desistí a pesar de todo. Y de todos.
“Sé vos”, escuché de varios y por momentos también recordé la letra de una canción de rock titulada de igual manera. No eran momentos para titubear y aquél viejo sueño de ser parte de un cuerpo policial y corrupto ya estaba bien enterrado en el pasado.
Y hoy lo sigo buscando. Quiero ser alguien, otra cosa. Quiero ser periodista. A pesar de todo. Y de todos.

jueves, 27 de octubre de 2011

Recuerdo fiel de una infancia gloriosa II

El Campito era un lugar de encuentro. Un espacio de intercambio en el cual coexistían realidades muy diferentes entre sí, y cuyas barreras eran superadas al segundo de pisarlo.
Ubicado en la intersección de las calles Berutti y Rivadavia estaba enclavado en el corazón del barrio La Covadonga, en referencia al bar que llevaba el mismo nombre décadas atrás, en la ciudad bonaerense de General Villegas.
Se practicaba fútbol, exclusivamente por hombres. Algunos se desempeñaban en las escuelitas del Club Atlético, otro tanto en Eclipse y un puñado en el Sportivo. Sin embargo, el propósito de ir al Campito no sólo tenía que ver con poner en práctica lo aprendido semanalmente en el club, sino con encontrarse y compartir con amigos lo que restaba del día.
El Campito era un descampado abierto que ocupaba 50 metros de frente y otros 60 de fondo, delimitado por paredes de ladrillo y cemento que amortiguaban los pelotazos impidiendo que se pasaran al otro lado. "Ahí no se podía ni asomar la cabeza, menos cruzar a buscar una pelota. Simplemente, se daba por perdida", recuerda Martín Cigarra Leiva y apunta con el dedo índice al baldío que fue aguantadero durante años del famosísimo delincuente villeguense, Kechu Cambiasso.    
Los dramas familiares no escaseaban en La Covadonga. En un mismo círculo se hallaban personajes como el Luisma Galli, líder indiscutido, sex symbol y carta goleadora del Campito. Su padre había muerto de cáncer cuando él era muy pequeño, al igual que el del Juanma Solé. Sólo en eso coincidían. Juanma era callado e introvertido, aunque contaba con el título de arquero más prestigioso del barrio, que lo llevó a apadrinar al Cigarra Leiva para ocupar el puesto tras su retiro. Los padres de los hermanos Gonzalo y Nacho Larrañaga estaban separados. A pesar de los esfuerzos que hacían en demostrarse a sí mismos que tal situación les era indiferente, no era necesario un análisis psicológico para corroborar el dolor que cargaban dentro. Además, eran los últimos en retirarse del Campito, colgando entre sus brazos todas las pertenencias y objetos perdidos que quedaban desparramados por el terreno. Daniel Vicentín, hermano mayor de otros cinco, tuvo que hacerse cargo de ellos con un padre camionero y una madre docente full time. En cuanta oportunidad veía, se acercaba al campo de juego. Previamente, sentaba a sus hermanos en una montaña de escombros, que hacía las veces de tribuna, junto a la Cachorra (el border collie de la familia Leiva).
El Campito tomaba otro aspecto por las tardes. Una vez finalizados los compromisos escolares y respectivos mandados que encargaban sus padres, los jóvenes se acercaban al predio.
No se fijaba de antemano un horario para el comienzo del partido, salvo el caso de que otro barrio los batiera a un desafío a cara de perro. En este caso: el horario, lugar y los jugadores seleccionados para la contienda se establecían con un tiempo prudencial para que el adversario madurara su estrategia.
La pelota, artículo indispensable para el partido de fútbol diario, debía ser suturada y emparchada una vez por semana, debido a los violentos golpes propinados por los adolescentes. Quien estaba a cargo de dicha tarea era Walter Baragiotta, una especie de cirujano plástico y arregla todo del pueblo. Mónica, madre de los Cuenca, pasaba con puntualidad por el local a retirar el esférico y lo depositaba directamente en las manos del primer joven conocido que veía en las inmediaciones del Campito.
Al no contar con un silbato, quedaba reservado a los mayores el cobro de una falta o acción dudosa. De la misma forma, ellos realizaban el reparto de los vecinos por equipos, según sus cualidades futbolísticas. A diferencia de otros puntos donde se jugaba al fútbol, en el Campito no tenía privilegios el dueño de la pelota. Su condición de maleta lo excluía instantáneamente de los 11 titulares.
Otra de las normas establecidas por costumbre estipulaba que la reunión no se suspendería de ninguna manera, excepto por lluvia eléctrica. Ni un chaparrón dos horas antes del fulbo podía hacer peligrarlo. En algunas y tristemente recordadas ocasiones, el Campito no vio correr el balón. Concretamente, por las inundaciones comprendidas entre los años 86/87 y la del 2000, las cuales provocaron devastadores daños a la producción agropecuaria, con pérdidas millonarias para una zona que vive pura y exclusivamente de la actividad rural. A pesar de que en aquellas circunstancias el Campito se encontraba en un altísimo porcentaje bajo el agua, los jóvenes acudieron igualmente al lugar. No a jugar a la pelota, sino a buscar renacuajos y demás insectos de agua dulce en los gigantescos charcos formados a lo largo y ancho del terreno.
La jornada de esparcimiento en el Campito cambiaba rotundamente con la llegada del atardecer. Era cuestión de segundos en que el sistema automático de iluminación artificial de las calles se encendía y alumbraba junto a la luna gran parte del descampado.
El horario en el que comenzaba la retirada del Campito oscilaba entre las 20 horas en otoño/invierno, y pasadas las 21 durante las estaciones más calurosas. Sin embargo, los asistentes debían estar atentos porque en cualquier momento podía llegar el llamado de alguna hermana que alertaba sobre el inicio de la cena. En ese momento, no importaba el marcador del partido, ninguno pretendía ser castigado. La única opción palpable que tenían a mano era correr a casa, meterse incluso con las zapatillas a la ducha y sentarse a comer en la mesa cual señor inglés. Si bien era efectivo, no siempre garantizaba resultados favorables. Al realizar el trámite a las apuradas había grandes chances de pasar por alto el enjabonado del antebrazo que conservaba aún restos de tierra, producto de una patinada en la mitad de cancha cubierta en un 75% de césped, y el restante de barro. En tal ocasión, el niño sería pasible de una sanción y el resto de sus amigos no precisaría escuchar la versión de los hechos al día siguiente, pues el grito maternal de furia perforaría cualquier tipo de pared, sin mayores esfuerzos. No había lugar a dudas, se quedaba sin Campito y en el barrio sabían lo que eso significaba. Sólo ellos.
El Campito era un lugar de encuentro. Hoy continúa siéndolo, a pesar de que sobre aquél suelo plagado de ortigas se hayan levantado dos casas y un minimercado, sin dejar rastro alguno del viejo descampado. Aquellos que se quedaron trabajando en el pueblo, conviven con quienes se fueron a estudiar y regresaron triunfantes con un título universitario bajo el brazo. Recuerdan parados en la esquina de Berutti y Rivadavia las inundaciones, las mujeres del Luisma y las batallas libradas con otros barrios. Cada uno, lentamente, volvió a las raíces. A su lugar en el mundo.

jueves, 9 de junio de 2011

El 12, entre la perversidad y la indiferencia


–Salud– replica el hombre en un tono de voz un tanto alto, ante el estornudo de un niño.
Bien educado, el pequeño agradece el gesto.
Sentado en la primera fila más cercana a la puerta de doble hoja destinada al descenso de pasajeros, el sujeto logra la atención del resto de los viajantes al emitir tal salutación. Quizás, no advirtió de momento la presencia de una treintena de personas a su alrededor. ¿Por despreocupado nomá?. Vaya uno a saber.
Mientras, me ubico a escasos cinco metros de él, en un ángulo de 45°. Lo suficientemente cerca para lograr una perfecta descripción al detalle y evitar, al mismo tiempo, el contacto cara a cara.
El personaje es alto, acaricia el metro noventa, midiéndolo a ojo. De pelo corto, estilo militar, más bien rubio. Tiene una campera negra, que lleva el patrocinio de Legends: un club nocturno de la ciudad norteamericana de Detroit, según consigna en el abrigo. Lleva zapatos negros, cuidadosamente lustrados, de desconocida casa matriz. Además, del bolsillo izquierdo de su pantalón de vestir color gris, cuelga un abultado manojo de llaves, cual encargado de edificio.
A su derecha, viaja sentada una mujer. Repentinamente, ella se levanta del asiento, escandalizada, tras notar que el muchacho se estaba tocando los genitales por dentro de su propio pantalón, y acude rápidamente a presionar el botón que avisa al chofer la solicitud de descender en la próxima parada. El chofer 633, del interno 38, reduce la velocidad y aplica los frenos. Antes de pisar la vereda, la señora cruza miradas con el hombre, quien a través del vidrio no la pierde de vista en ningún momento y continúa observándola incluso al bajar del colectivo, mediante un brusco movimiento de cuello.
En ese preciso instante, donde alcanzo a divisar su rostro, caigo en la cuenta que de algún lado lo conocía. Milésimas después, en un veloz esfuerzo de memoria, ya no había lugar a dudas. Era ÉL.
El mismo que cinco meses atrás, trasladándose en igual empresa de transporte y en idéntico horario –9 de la mañana– se contactaba con su teléfono personal, en plena marcha y a viva voz, con el rubro 59 de un conocido periódico de distribución gratuita, ante la mirada boquiabierta de los pasajeros.
Sorprendido, incapaz de poder gritarlo por la impotencia que genera la situación, dirijo la mirada hacia mi derecha buscando algún cómplice en esta especie de denuncia. Nada. Sobre la izquierda, tampoco. Cada uno en la suya.
No hay tiempo, es mi turno de abandonar el vehículo. Cogoteo a la pasada el 12, mientras retoma su curso habitual.
El degenerado, ahora reconocido, sigue viaje. ¿Continuará...?

jueves, 2 de junio de 2011

Jorge Lanata, cargó contra la militancia juvenil: ‘’Primero vayan y lean, después vean a quién carajo apoyan’’


El periodista asistió al programa "A dos voces’’, conducido por Marcelo Bonelli y Edgardo Alfano, y emitido por la señal de cable Todo Noticias (TN).
Lanata dio su apreciación acerca de las denuncias de administración fraudulenta que pesan sobre el ex apoderado de Madres de Plaza de Mayo, Sergio Schoklender. Al mismo tiempo, no reparó en trazar un vínculo de complicidad entre éste, la titular de la Fundación, Hebe de Bonafini, y la administración kirchnerista, en el manejo de los millonarios fondos destinados a la construcción de viviendas.
Además, mostró su perfil más crítico ante la atribución que le realizó Alfano a él y a la escritora Beatriz Sarlo, de ''haber marcado una línea en el sentido de aquellos que se olvidaron del pasado que tenían’’.
-El gobierno se olvidó del pasado, porque construyó un futuro que es falso- respondió el invitado, contundentemente.
En este sentido, Lanata señaló que el kirchnerismo "necesitó reescribir su propia historia, por eso también muchos chicos los siguen. Hay muchos chicos que son bastante brutos, y que no conocen nuestra historia’’.
Expresando cierta indignación, continuó: "El mejor ejemplo de que se conoce poco de nuestra historia, es que Cámpora hoy es un personaje revolucionario. Cámpora era un pobre tipo, un corre-va-y-viene de Perón, un pusilánime, y hoy Cámpora es el Che Guevara’’.
"No sean tan brutos, por lo menos estudien un poco’’, remató finalmente, a modo de consejo.

Ver entrevista completa