Suena el teléfono en el estudio contable familiar. ''Es la preceptora del colegio’’, indica la secretaria. No se asuste Mónica, ésta vez no se mandó ninguna. Comunican que el niño se siente mal, y la convocan por quinta vez en el año a retirarlo del establecimiento.
La preceptora irrumpe en la clase, reúne las pertenencias junto al joven que a duras penas puede caminar rectamente, y se dirigen a la dirección. Allí lo espera su madre. Preocupada, aunque con cierta actitud de desconfianza para con el hijo del medio y su presunto malestar estomacal, ejecuta un aventurado pronóstico médico: ''es el hígado’’. Las autoridades educativas confían en el instinto maternal y habilitan al revoltoso, hoy descompuesto, a abandonar escoltado la casa de estudios.
El destino era conocido, la ruta había sido marcada de antemano. Sobre Pérez Chacón, mitad de cuadra a mano izquierda. Ahí. Lo de la Abuela Camaño.
Ausente el timbre, la madre atina a golpear sus manos en la reja del frente de la vivienda, aguardando la aparición de la curandera de cabecera del clan Cuenca.
Primero, se asoma su hija. Luego, una de sus nietas. Finalmente, ELLA. Reconoce a los invitados y paso siguiente, los invita a pasar a la casa que hace las veces de consultorio.
Inmediatamente, ordena los elementos que puedan llegar a estorbar el paso al living, mientras sacude el cachorro al patio. Al mismo tiempo, manda a su primogénita, quien se apresta a elaborar el almuerzo cotidiano, a bajar el volumen de la radio en la cual suena un reconocido programa de producción local.
La Abuela, como todos la conocen, sienta al paciente y le pide que se quite la camisa escolar. Estira el rollo de cinta, material indispensable de curandería, para medir el estómago, iniciando el proceso en la parte inferior del ombligo. Suavemente, comienza a frotarle el contenido de una botella de alcohol sobre la zona comprometida. De inmediato, lleva la mirada a la madre. ''Qué terrible este niño, cómo está!’’, expresa alarmada la especialista.
¿El diagnóstico? El de siempre, aunque no por ello menos efectivo: limón bien exprimido con una cucharada pequeña de azúcar y agua tibia. Nada de reposo, determinó la profesional en el arte de remediar empachos, quien alguna que otra vez en sus 65 años de carrera supo también salvar lesiones musculares y óseas.
ELLA, Alejandrina Torres de Camaño, la Abuela Camaño, falleció a los 87. Recordada hoy con mucho aprecio, respeto y cariño.
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